Un
hombre sólo, una mujer, así tomados de uno en uno, son como polvo,
no son nada, no son nada.
J.A.
Goytisolo
Dice Ronald Laing que la verdadera salud mental implica, de un modo u otro, la disolución del ego normal. Hasta ese punto el ego es una perversa impostura.
En
realidad, como dice la Polla Records, no somos nada.
Hasta
aquí hemos hecho un pequeño y superficial recorrido por el proceso
de formación del “ego”. El ego es un dispositivo que fabricamos
para adaptarnos a este mundo; porque, de otro modo, psiquicamente no
podríamos soportar ni aguantar el vivir en él. La manipulación
sistemática de las reacciones de supervivencia, junto con las
imágenes, los conceptos y otras formas de representación,
conforman, en una parte de nuestra psique , el ego.
El
ego es una imagen trucada de nuestras emociones; una determinada
percepción de unx mismx y de cómo deben ser nuestras relaciones con
lxs demás. Una introyección de la sociedad en nuestro cuerpo que
nos convierte en agentes
de la realización del Poder, por activo y por pasivo.
Se
origina como mecanismo de supervivencia para “vivir” con los
deseos anulados, y en un entorno devastado en el que han levantado un
mundo que funciona al revés que la vida, con lucha fraticida,
competencia, acaparación. El ego es tan patológico para la criatura
humana como lo es el fraticidio para la fraternidad.
A
lo largo de nuestras vidas experimentamos situaciones conflictivas, de
emociones contradictorias, sorprendentes, desestabilizadoras y
desestructuradoras. A veces no podemos entender lo que nos pasa,
porque no sabemos lo que somos; no sabemos que la persona que hemos
llegado a ser es una anomalía psicosomática. No sabemos que somos
criaturas deseantes. No sabemos de la herida y de la Falta Básica.
Nos creemos que somos una persona con una personalidad, con un “ego”
así o asao. Más o menos importantes, triunfadorxs o perdedorxs,
masculinos o femeninas. Pero no sabemos que seguimos siendo a pesar
de todo una criatura deseante, que sigue alentando por debajo del ego
y del blindaje, y que el mundo fraticida en el que sobrevivimos es un
entorno venenoso para esa criatura.
A
esa criatura no le gusta obedecer ni mandar, ni triunfar ni perder,
sino vivir abandonada, produciendo más de sí misma, y sintiendo el
bienestar de la autorregulación y de la armonía; no le gusta poseer
sino derramarse, no le gusta hacerse importante, sino deshacerse
entre lxs demás; sabe que es delicioso poder confiar
incondicionalmente y dejarse llevar. Que el vivir pudiera ser ese
dejarse flotar y amar. Es la criatura que recuerda la dulzura de la
“interpenetración armoniosa” del paraíso perdido y su anhelo
más verdadero y hondo es poder recuperar ese estado.
Cuando
sabemos esto, las cosas que nos pasan y nuestras reacciones son más
fáciles de entender.
Debemos
saber, en primer lugar, que el ego no es innato, ni es un desarrollo
“natural” de nuestra psique, sino un contraefecto de la
represión, para poder vivir, huérfanxs y sin hermanxs, en un mundo
fraticida; para ser una caricatura aberrante de la mujer que somos;
para aguantar la lucha individual por la supervivencia en la jungla
de la competencia. Por eso lxs psicólogxs trabajan para que sus
clientxs consigan una suficiente “autoafirmación” y “autoestima”
para sus egos; y las clínicas de cirugía estética para adaptar
nuestra fisonomía a la caricatura. Hay que apuntalar los “egos”
para aguantar la soledad, para sobrevivir en el desierto afectivo, en
un mundo donde la existencia de las mujeres está prohibida.
En
segundo lugar, para no perder el sentido común, hay que preservar el
sentido de la realidad patriarcal; el ego es una impostura, pero es
real; tan real como el mundo. Esa es la paradoja y la situación. Hay
un “real-imposible” que decía Freud y Lacan: nuestros deseos
primarios que son reales pero son imposibles porque los prohibe la
ley. Y en cambio hay una impostura que es posible porque lo manda la
ley. La situación paradójica es que siendo la vida lo que es,
vivamos en este mundo.
Al
ego lo han calificado de “edípico”. Porque Edipo fue una
criatura de la transición entre el mundo gaiático que funcionaba
como la vida, y éste nuestro mundo actual. Edipo, al final, se
reconoce del mundo patriarcal; al igual que el “ego”, que acaba
venciendo a la criatura deseante.
Dicho
esto parece entonces que estamos abocadxs indefectiblemente a la
reproducción del Poder. Pero obviamente, mientras haya vida hay
posibilidad de regeneración, de recuperación, de ir abriendo
fisuras y grietas y espacio para el desarrollo de esa parte de
nuestra psique de donde brota el impulso de la vida; y eso lo sabe el
Poder. Si no fuera así no nos seguirían censando, vigilando,
censurando, prohibiendo, castigando, y eliminando selectivamente
según el grado de incorrección política y de rebeldía.
A
ello irá dedicada la 2ª parte de La
Rebelión de Edipo.
No para dar fórmulas que no podrá haberlas nunca, pero sí
reconocimiento y diferenciación de lo que pertenece a la vida y lo
que pertenece al Poder; de lo que brota de la criatura humana que
somos y de lo que brota del “ego”, de la personalidad masculina y
femenina en la que nos hemos convertido y en la que hay que dejar de
creer.
La
empresa no puede hacerse en solitario; una determinada disolución
del ego sólo se podría producir junto a una determinada disolución
de las relaciones de Poder; de la familia patriarcal. Nuestro sistema
de identidad es individual, pero la percepción que cada cual tiene
de sí mismx es la percepción que lxs demás tienen de tí. Para
dejar de creer en mi “ego” y para empezar a creer que soy otrx,
es preciso que alguien empiece a verme, a percibirme, a creerme y a
tratarme como a otrx. Una mujer sola, u hombre solo, son como polvo,
no son nada.
El
interés que tiene analizar la psique humana y descubrir como anida
en ella el Poder es el ver cómo podemos deshacernos de ese destino;
porque no sirve de nada luchar contra el Estado y la Familia, si no
somos conscientes de que nosotrxs mismxs lo reproducimos. Muchos
intentos de comunas y colectividades han fracasado a pesar de existir
una firme voluntad de ayudarse mutuamente y de compartir las cosas,
porque los egos edípicos no estaban a la altura de las
circuntancias.
Hay
que abrir fisuras en los egos, cometer locuras con sentido común y
con sentido de la vida; adoptar posiciones de deseo y, desde esas
posiciones, empezar a hacer pactos puntuales de reciprocidad y ayuda
mutua.
La
lucha contra las instituciones sociales requiere una adaptación de
las personas, una recuperación de la mujer y de la madre, una
remodelación que vaya haciendo retroceder al ego edípico -con su
sexualidad adulta falocéntrica- a favor de la criatura deseante y
derrochadora de vida.
Casilda Rodrigáñez